Por cientos de años los artistas enriquecieron nuestra cultura con obras maestras pletóricas de belleza.
Obras que nos rescatan de
las miserias de la vida cotidiana. Y que aunque sea por un breve
momento nos redimen de el sufrimiento mundano.
Pero algo pasó a fines
del siglo XIX y principios del XX que hizo que lo inspirado, lo
profundo y lo bello se vuelva ofensivo, feo, o en el mejor de los
casos sea solamente “sin sentido”.
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